jueves, 10 de diciembre de 2015

¡Gracias por tanto fuego!

Para quienes se formaron bajo el influjo de las lecturas de Eduardo Galeano, el escritor dejó una huella muy profunda de borrar. A pocos días de su fallecimiento en Uruguay, Gabriela Canteros le rinde un pequeño homenaje en esta nota al autor de Las venas abiertas de América Latina y El libro de los abrazos, entre muchas otras obras.

por Gabriela Canteros

Muchos nos iniciamos en las lecturas militantes con Las venas abiertas de América Latina, sondeamos la poesía con su Libro de los abrazos. Su literatura es amplia, rica, efusiva, exuberante, latinoamericana. Muchos tildan la literatura militante como un arte menor, como una prosa malparida, defectuosa, una hija bastarda de la gran literatura.

Eduardo Galeano es uno de los ejemplos sobre el cual podemos pensar la militancia literaria, la escritura como forma de denuncia y protesta, si evadir la belleza y la correcta configuración de sus textos, la audaz metáfora y el doble sentido puesto en juego.

Su pluma es una pluma inquieta, sacrificada, exiliada. Su escritura, una vocación de conciencia humana ante las desigualdades en América Latina. Su mente, fresca, vivaz, punzante, ágil sobre la brumosa memoria de la batalla cultural.

Guerrero solitario del hemisferio sur, constituyó un sinfín de artículos que circulan en papel y en formato digital y que nos dejan su tenacidad para escribir, para pensar las dificultades de una manera poética sin convertirse en un puro esteticismo, sin ser complaciente con las clases dominantes, sin someter su pluma a la necesidad económica, sin forzar la verdad. Galeano expuso sensiblemente cada unos de los males que aún aquejan nuestra sociedad, y lo hizo compartiendo públicamente su pensamiento político, adhiriendo abiertamente al pensamiento y compromiso politico de unidad latinoamericana representado por los presidentes Chávez, Morales, Lula , Néstor Kirchner y, hoy, CFK.

Todo lo escribió sin titubear, sin menguar adjetivos contra los medios monopólicos de comunicación, como lo expresa sin rodeos en su texto “Miedos de comunicación” -de su libro Los hijos de los días-, pensándose latinoamericano, cronista de su tiempo y de nuestra historia.

Los medios que hoy no pueden obviar su muerte dentro de las efemérides diarias, sutilmente esconden su encedida pluma detras de la frase: “a pesar de sus contradicciones” con el fin de negar la atinada militancia de Eduardo frente a los monstruos de la comunicación.

Para los que trabajamos en una biblioteca, cuando un escritor muere...una pluma deja de escribir, sus libros se marmolizan y se convierten en tesoros, no porque cobren valor recientemente, sino porque son nuestro homenaje para los poetas que se despiden físicamente de este mundo, solo físicamente.

Adiós Eduardo, bienvenido el mito.... ¡y gracias por tanto fuego!

Esencia y existencia, otro nombre para la identidad en la pintura argentina


Este jueves 18 de junio se presentó Esencia y existencia de la Argentina en sus pintores, el libro del periodista y escritor Pablo José Hernández, miembro Número del Instituto Nacional de Revisionismo Histórico Argentino e Iberoamericano "Manuel Dorrego" e integrante del equipo de investigación del Centro Documental José María Rosa.

 Por Gabriela Canteros

El texto es una suma de biografías de artistas plásticos argentinos atravesados por un fuerte compromiso social en su obra y en su vida. A partir de una narrativa amena que permite la lectura a especialistas y amateurs, nos describe en cada capítulo un exquisito anecdotario de escenas de la vida personal o política de los artistas, conjugado con originales descripciones de sus obras.

El autor aclara que no es crítico de arte -y en su análisis no intenta serlo-, su recorrido biográfico tiene otras motivaciones, lo que nos permite leer sin la deformación profesional un estadio más esencial de los artistas y del arte, un espacio imbricado en el "entre": la pintura-el pintor, el pintor-su tiempo, la política-su compromiso, el arte-su esencia. Ese "entre" tiene un significado, Pablo no lo dice directamente, pero el lector lo puede interpelar; "la identidad", "esencia" y "existencia" son otros modos de denominar la identidad artística, la identidad política, la identidad social y, finalmente, la identidad nacional de cada uno de los pintores que se permite describir. Pero hay más: escritores, poetas, músicos que atraviesan el relato, no por caprichoso designio, sino por una intensa necesidad de no extirpar las artes hacia el purismo mediocre de la post-posmodernidad fría, de intensificar esa utopía del siglo XX hacia esa obra de arte total, donde el diálogo constante con todas las disciplinas creativas ha dejado un legado incalculable de piezas de arte.

La contextualización de cada artista es también una recreación que nos permite ver desde otro ángulo y pensar a los artistas en un ambiente más real, menos jerarquizante, aunque se enaltezca su obra por medio del contexto, de la música que escuchaban, de los libros que leían, de los reclamos familiares; a través de esto, entonces, podemos acercarnos a ellos y no serles extraños, e incluso podemos llegar a sentirnos más que contemporáneos con algunos.

Esta reciente edición viene a completar una saga de ya más de sesenta libros que lleva publicado Pablo Hernández, treinta y tantos solo, y otros tantos participando con otros compañeros. Él suele enorgullecerse no de este hecho, sino de ser un militante del proyecto nacional y popular, desde los caniches de Perón hasta la actualidad.